(adaptación)“Arquímedes” por Mark Twain (1835-1910)
“Dadme un punto de apoyo”, dijo Arquímedes, “y moveré el mundo”. El no tuvo temor de decirlo porque sabia que nunca le darían el punto de apoyo. Pero, supongamos que hubiese movido el mundo ¿Qué habría sucedido? ¿Qué beneficio se hubiera recibido? Con seguridad que este trabajito no habría pagado dividendos, ni siquiera los gastos, y entonces ¿Para qué hablar de eso? De acuerdo a lo que dicen los astrónomos, la tierra ya se mueve lo suficiente rápido, y si hay algunos insatisfechos, que empujen ellos, yo por mi parte no ayudo.
Jamás he podido saber por que tuvieron por un genio a Arquímedes: nunca he oído que fue capaz de inventar una pila o algo que valiese la pena. En cuanto al último contrato que hizo ¡Que fracaso! Se comprometió a proteger Siracusa de los romanos y ensayó todas las maquinas habidas y por haber, pero los romanos entraron a la ciudad y cuando la lucha se hizo cuerpo a cuerpo un soldadito acabó con sus pretensiones.
Evidentemente lo creían más de lo que en realidad era. Tenía la costumbre de hablar mucho acerca de sus tornillos y palancas pero sus conocimientos de mecánica eran muy limitados. Yo nunca me he creído un genio y sin embargo conozco una fuerza más poderosa que la que se pudiera imaginar ese hablador de Siracusa. Es la fuerza del control de la tierra: es un tornillo y una palanca en una sola pieza. Le extrae hasta el último centavo del bolsillo a un hombre y dobla todo lo que existe sobre la tierra a voluntad.
¡Dadme la tierra como propiedad privada, y moveré el mundo! No señor, haré mucho más que eso. Esclavizaré a todos los hombres y sería un idiota si los encadenara y tuviera que estar curándoles sus heridas, cuidando de ellos todo el tiempo y dándoles látigo para hacerlos trabajar. Bajo mi sistema los tontos esos, se la pasarán creyendo que son libres, los haría trabajar más que nunca, y sin tener yo la más mínima responsabilidad. Ellos cultivarían la tierra, extraerían metales preciosos de sus entrañas, construirían ferrocarriles y líneas telefónicas, sus barcos navegarían los océanos, trabajarían e inventarían cosas, sus depósitos se llenarían de mercancías, sus mercados abundarían en todo y lo bueno de esto sería que ¡todo ello me pertenecería!
Mire usted como serían las cosas: si yo fuera el dueño de la tierra, tendrían que pagarme renta, pues no sería razonable que esperaran la utilización del mundo sin pagar. Yo no soy un hombre sin corazón, y para fijar la renta, lo dejaría en manos de ellos mismos ¿Podría ser más justo?
Pensemos en una extensión de tierra, digamos una granja o un solar central o cualquier otro. Si hubiera un solo interesado no me daría mucho por ella, pero habiendo varios, competirían unos con otros y yo aceptaría la mejor oferta ¿Qué hay de malo en ello? Con el aumento de población , con el desarrollo del comercio y la industria, con el avance en las artes y en las ciencias, se aumentaría el valor de la tierra como todos ustedes saben, y la competencia elevaría la renta, tanto que en la mayoría de los casos se llevaría casi toda las ganancias de quienes la ocupasen.
En estas condiciones, algunos de los más desafortunados comenzarían a pedir prestado y a otros se les metería en la cabeza que tal vez con un poco más de capital, podrían aumentar sus negocios y hacerlos más productivos. Aquí aparecería yo en ayuda del necesitado: como soy un benefactor de la raza humana, tendría que ayudarles. Con mis entradas, podría prestarles hasta donde les alcanzase el respaldo, no creo que esperasen más de mi, y en cuanto al interés, sería igual de generoso.
La tasa de interés la fijarían ellos mismos de igual manera que fijaron la renta. Así los tendría bajo mi control y si se atrasasen en los pagos, vendería sus prendas ¡Podrían quejarse, pero negocio es negocio! ¡Han debido trabajar mas intensamente y ahorrar un poco más! Cualquier cosa que pasase, sería su problema, no el mío.
¡Como disfrutaría yo de la vida! Rentas e interés, limitados sólo por la capacidad de pago de los clientes.
Las rentas subirían y subirían, y ellos continuarían empeñándose e hipotecando sus cosas y uno a uno caerían en bancarrota ¡Que espectáculo! Así, con la sola palanca del control de la tierra, no sólo la tierra, sino todo en ella me pertenecería. Yo sería el amo de todos y el resto de la humanidad, esclavos complacientes.
No sería necesario decirlo, pero de acuerdo con mi posición, no estaría bien el que yo me asociase con gente común. Sé que no es muy diplomático decirlo, pero a mí no me gusta trabajar y no me aguanto el olor de los que trabajan. Por encima de lo pacientes trabajadores, establecería un circulo de aduladores míos: los escogería yo mismo y los llenaría de medallas y títulos para calmar su vanidad; para ellos sería un honor besar mi mano y rendirían tributo hasta a la silla en que me sentase: hombres valientes morirían por mi, sacerdotes rezarían por mi y me rodearía de encantos femeninos.
Para el manejo de la administración pública, tendría un parlamento y para mantener la ley y el orden, un ejercito y una policía: todos jurarían servirme fielmente. No les pagaría mayor cosa y su alto sentido del deber sería garantía de que cumplirían su contrato.
Fuera del circulo privilegiado de mi sociedad, habría otros presionando por servirme y por fuera de estos, otros que tratarían de llegar a la posición de los que estarían en frente, sin que lo lograsen jamás y así sucesivamente hasta llegar a los obreros que trabajarían todo el tiempo, tratando de sobrevivir y rodeados por el infierno de la pobreza.
Este infierno de pobreza, esa oscuridad donde sólo se oyen lamentos, sollozos y crujir de dientes, sería más efectivo que el látigo, no les daría descanso durante el día, los perseguiría en sus sueños, les chuparía sin piedad la sangre de sus venas y los seguiría sin descanso hasta la muerte. En su juventud habría muchos que se llenarían de esperanzas, pero a medida que avanzasen en la vida, encontrarían desilusión tras desilusión y la esperanza se tornaría en desespero, la copa de la felicidad prometida, se volvería amarga y el amor más sagrado, se convertiría en flecha que envenenaría el corazón.
¡Que espectáculo más bello! Ambición al frente, necesidad y temor atrás. Y en la confusión, en la competencia, en el rencor entre los hombres yo no tomaría parte alguna. Todos mentirían y robarían, los patrones serían rudos, los sirvientes deshonestos, tendríamos huelgas y asaltos, venganzas familiares y carroñas sin fin, pero yo permanecería aparte. En la serena atmósfera de mi paraíso terrestre, estaría libre de todo mal. Comería las mejores viandas, bebería vinos escogidos, mis jardines serían magníficos. Saldría a pasear bajo la sombra de los árboles y serían mis compañeras las flores, el trinar de los pájaros, el murmullo de las fuentes y el salpicar el agua; mi palacio tendría muros de alabastro y cúpula de cristal, nobiliario exquisito, tapetes y gobelinos de seda, pinturas y esculturas que fueran obras de arte, vasijas de oro y plata, piedras preciosas brillarían por doquier, música angelical, perfume de rosas y una constelación de hembras que estimulasen y satisficiesen mis deseos. Así pasaría las horas felices de mi vida y el mundo respetaría mis virtudes y se cantarían himnos de alabanza en mi nombre.
Arquímedes nunca soñó algo semejante. Sin embargo, con la tierra como apoyo y el control y su propiedad privada como palanca, es posible. Y si alguien me dijese que algún día descubrirían el fraude y me castigarían junto con mis parásitos adoradores, yo les diría: “ Nada de esto pasará, la gente es más buena que el pan, lo soportarán todo como una roca, y si no me creen, apelo a los hechos de hoy para que sean mis testigos”.